La opinión de Esteban de las Heras Balbás

García Manzano, el periodismo en la sangre.
Vino a este mundo infectado por el virus de la información y no ha habido vacuna capaz de curarle este mal.

Hubo una etapa dorada del periodismo en la que tuve la suerte de ejercer en IDEAL esta profesión, que anda ahora, como los ucranianos contra Putin, intentando recuperar las trincheras perdidas durante la invasión de las redes, con su carga de mentiras, bulos, embelecos y bazofia informativa. Este periódico y los del grupo Vocento han venido publicando razones y argumentos con los que directivos y redactores intentaban hacer llegar al lector la necesidad de una prensa libre e independiente en estos tiempos
revueltos. La batalla se presume complicada y larga, ya que de momento prima la sumisión tecnológica frente al pensamiento libre, los algoritmos por encima del sentido común, y la frivolidad frente al criterio. No es bueno –y menos en esta profesión– mirarse el ombligo, porque nuestra obligación consiste en mirar hacia afuera para ver qué pasa a nuestro alrededor y luego contarlo y analizarlo, estar vigilantes ante los desmanes que se produzcan en la sociedad y desenmascarar a ‘los malos’. En fin, hacer
ese periodismo que demandan los lectores de Granada, como muy bien dijo el jueves Rafael García Manzano, tras recibir el premio ‘Luis Seco de Lucena’, que le concedió la Asociación de Periodistas de Granada, reconociendo así su larga trayectoria profesional.
Digo que no es bueno mirarnos el ombligo. Esa mirada introspectiva solo se nos debe permitir en la festividad del patrón, san Francisco de Sales, que se celebrará el martes.

Fiesta que por razones logísticas, la APG tuvo que adelantar al pasado jueves. Estuve allí para acompañar a los galardonados. Estos fueron, además de Rafael, Ana de Gracia, que recibió el premio ‘Defensor de Granada’ por su reportaje sobre Ucrania ‘Operación
Trizub, el valor en el tiempo’ emitido por Onda Cero, y el llorado Paco Martinmorales, premio a la libertad de expresión ‘Constantino Ruiz Carnero’, que recogió su viuda.

Por lealtad, amistad y gratitud me toca hablar de Rafael. Y también de su padre, Rafael García y Fernández de Burgos, subdirector del periódico cuando vine a hacer prácticas en el verano de 1970. Con él aprendí más que en toda la carrera, porque sus charlas eran
como un extraño bebedizo de tinta y plomo, con el que me fue inoculando el necesario criterio para analizar y valorar las noticias; ese criterio que está tantas veces ausente en la selva digital. Su hijo Rafael, premiado en la noche del jueves y que ha cumplido sus
primeros 87 años, fue para mí más que un hermano. De él se dijo en el acto que “vino a este mundo infectado por el virus del periodismo y no ha habido vacuna capaz de curarle este mal. En su retiro almuñequero sigue la actualidad con la misma pasión que
ponía como redactor-jefe, en la década de los setenta, cuando la prensa era uno de los motores que estaba cambiándole la piel a España”. Añado que ha sido y es una figura señera en el panorama informativo de Granada. Vitalista, ingenioso, dinámico, sagaz,
divertido, inquieto, compañero leal, incansable en el trabajo. Era el primero en incorporarse a la redacción para organizar el periódico del día siguiente y el último que abandonaba los talleres, con el diario ya en la rotativa. Y continuaba exprimiendo la
noche hasta ver amanecer, olfateando la noticia, la anécdota o el suceso en la Granada que madrugaba, tomando el pulso a la actualidad de la gente de la calle, del pueblo llano, mientras hacía tintinear el hielo en un vaso de whisky con sus camaradas. Un
tiempo imborrable para quienes tuvimos la suerte de estar a su lado.

Artículo publicado en Ideal el 22 de enero de 2023.

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